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'Hilando sones', documental que rompe barreras

TRADICIÓN. El largometraje se estrenará en la Cineteca Nacional de la capital mexicana. (Foto: Agencia EFE)

Ismael Vásquez Bernabé es uno de los ya numerosos cineastas indígenas mexicanos que han buscado defender la cultura de su pueblo y depositar en el séptimo arte un pedazo de sus tradiciones, aunque, admite que uno al ser indígena enfrenta más obstáculos que el resto.  

“Antes no había cine indígena y ahorita lo hay. También hay financiamiento, pero sigue siendo injusto porque cuando se trata de historias indígenas es una cantidad muy baja”, expresa Vásquez en entrevista por el estreno de su película Hilando sones en la Cineteca Nacional de la capital mexicana.

Para el director, natural de San Pedro Amuzgos en Oaxaca y miembro de uno de los 16 grupos indígenas reconocidos en el estado, el cine se convirtió en una herramienta “tremendamente fuerte e increíble” para seguir transmitiendo “el conocimiento de su pueblo”; una tradición compartida por generaciones mediante la voz y que ahora se encuentra con el formato de la gran pantalla.

Es la historia de un hijo (Vásquez), criado en un pueblo de mujeres tejedoras, y una madre (Zolia Bernabé) que intenta sacar adelante a su familia sin perder las tradiciones de su pueblo, así como un tercer vecino, Lorenzo Núñez, quien, a pesar de ser campesino y no ganar un gran sueldo, persigue el sueño de su padre de tocar el violín.

El hilo que une a todas estas historias no es otro que el de la memoria, la lengua amusga y la historia de unos pueblos que, según Vásquez, no son respetados.

México es el país de Latinoamérica con mayor número de indígenas, pues registra 23.2 millones, quienes cada vez menos hablan su dialecto, de acuerdo con datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi).

Lorenzo es el único violinista que queda en Amuzgo, un poblado de algo más de 6 mil habitantes en donde los jóvenes no están preocupados por sus costumbres o no sueñan, como el protagonista, con tener algún día un instrumento que saque a bailar a los vecinos.

Para él tampoco fue sencillo continuar con la tradición de su padre Leandro, el anterior violinista, ya que nunca pudo aprender de él o tener un violín, pues el de su progenitor fue quemado en la hoguera por ser un “instrumento del pecado y del diablo”.

Si no hubiera sido por una grabación de los años 70 –conservada en la Fonoteca Nacional–, el músico oaxaqueño no habría podido continuar con la que hoy en día es su afición.

En el caso de Zolia, es la única de sus hermanas que aprendió las técnicas de costura características de la zona, y confiesa que muchas abandonaron el oficio debido a la baja remuneración que tienen sus telas y vestidos, las cuales requieren de una confección que puede alargarse durante meses.

“"Ya estamos solicitando un préstamo para comenzar a tejer, porque el hilo también sale muy caro. Sin ayudas no podríamos hacerlo”, concluye. 

jl/I