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Los libros no son para leerse

Hace no muchos días terminó la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, una vorágine de libros, autores, paseantes, y también de lectores. Entre las toneladas de papel impreso podían encontrarse algunos ejemplares muy bellos y sápidos, otros desgarradores y trágicos, muchos muy interesantes y valiosos, y otros tantos simplemente intrascendentes.

Al mirar los cientos de mesas y anaqueles repletos de libros cabría preguntarse cuántos de ellos serán leídos. Cuántos abandonarán los reflectores de la feria y librerías para acomodarse en una bolsa y trasladarse para ocupar el librero de una casa o una biblioteca, mejor aún si logran acomodarse en un buró; cuántos se colgarán un bonito moño esta Navidad o amanecerán en un zapato el Día de Reyes. Pero leídos, ¿cuántos serán leídos?

Aunque la pregunta es pertinente, está fuera de lugar, los libros no son para leerse. O no solo. Hace un tiempo el reconocido ensayista Hugo Hiriart me decía que las bibliotecas de casa no son para acumular los libros leídos, lo son sobre todo para guardar proyectos de lectura, y añadiría que también para sostener ilusiones futuras y estimular el deseo de que el tiempo y el espacio se conflagren para conceder ocasión para recorrer sus páginas.

Otro probable cuestionamiento hecho en silencio, con culpa en ocasiones, por miles de transeúntes de los pasillos de la FIL –o de tantas librerías–, que van tomando libros de las repisas, buscando novedades o baratas, haciendo sumas y restas y ordenando justificaciones, es si realmente necesitan un libro más. Otra pregunta innecesaria. Si la decisión de adquirir un libro pasa por el tamiz de la utilidad probablemente sea mejor dejarlo donde está.

Uno puede encontrar información valiosa en redes; las (pocas) bibliotecas tienen ejemplares que podemos utilizar para encontrar la receta para hacer algo o la novedad de alguna metodología, pero los libros a los que me refiero, los que uno quiere llevar a casa, no sirven para nada, no en un sentido productivo, economicista. Querer salir con ellos bajo el brazo responde más a un instinto, a un deseo que pasa por el olfato, por el tacto, por su peso; es la promesa de un momento de intimidad con un personaje, una idea, una teoría maravillosa, un paisaje o un pasaje de la historia que se nos revela, una colección de imágenes maravillosas o un autor o autora con la que hemos anhelado encontrarnos en sus textos.

Da gusto escuchar de las cifras récord de asistencia a la feria del libro, de las actividades atiborradas de gente. Ojalá que los libros que acompañaron de salida a los miles de visitantes de la FIL lleven el germen de esperanza del cultivo de lo no útil, de lo bello que vale por sí mismo, del entusiasmo por trascender lo inmediato. Que sean compartidos, contagiados, regalados, olvidados en un autobús o tren para que alguien más los tome. Que suceda que cuando ocupen su espacio brinden compañía y cobijo, que proyecten sueños y embellezcan espacios.

Ojalá la feria dejara de contar solo cifras y contara más historias, que también cupiera en ella lo lento y callado que requiere la lectura, porque sí, los libros también sirven para ser leídos.

*Directora de Promoción Cultural del ITESO

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jl/I

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