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Siapa
Aguascalientes
Las élites intelectuales creen tener todo el conocimiento para crear justicia social, a pesar que la evidencia demuestra lo contrario
Thomas Sowell
Justo ahora cuando las ideas de justicia social dominan el discurso político, el economista Thomas Sowell –93 años– irrumpe con Social Justice Fallacies (Basic Books, 2023), un libro que derriba muchas de las creencias medulares del progresismo contemporáneo. Sowell, conocido por su enfoque empírico y su escepticismo ante las modas ideológicas, ofrece en esta obra una crítica frontal a los supuestos que sostienen el activismo social actual.
Una de sus tesis centrales es que la igualdad de resultados no es prueba automática de justicia o injusticia. Según el autor, la desigualdad es inherente a las sociedades humanas, y tiene raíces diversas: geografía, historia, cultura, educación, dinámicas familiares o decisiones individuales (e institucionales, dirían Acemoglu y Robinson). Pensar que todas las diferencias sociales se deben exclusivamente a prejuicios o discriminación (Sowell es afroamericano) es una visión reduccionista que ignora la complejidad del mundo real.
El autor también desarticula lo que llama las “falacias raciales”: la idea de que, si distintos grupos tienen distintos resultados económicos o educativos, ello solo se explica por un racismo estructural. Apunta casos concretos que contradicen este discurso, como el éxito de ciertos grupos migrantes –asiáticos, judíos, libaneses– que, pese a haber enfrentado prejuicios, han prosperado notablemente. Para Sowell, estos ejemplos prueban que el racismo no es una barrera insalvable, y que la cultura, el capital humano y las decisiones personales cuentan más que las etiquetas étnicas.
Otra crítica de fondo va dirigida al Estado y su intervencionismo. Sowell denuncia lo que denomina la “falacia de las piezas de ajedrez”, una metáfora que ilustra cómo muchos planificadores sociales pretenden reconfigurar la sociedad desde arriba, como si los ciudadanos fueran fichas sin voluntad propia. Políticas como el salario mínimo, el control de rentas o las cuotas étnicas (o de género), opina, terminan perjudicando a quienes se propone ayudar, al distorsionar los incentivos y las oportunidades (efectos perversos).
Más allá de las políticas públicas, el texto de Sowell aborda el problema del conocimiento. Siguiendo la tradición de Friedrich Hayek, sostiene que ningún grupo de expertos posee suficiente información como para rediseñar una sociedad de forma eficiente y justa. La sabiduría acumulada en instituciones, precios y costumbres es, para él, superior a cualquier esquema teórico salido de una universidad u oficina gubernamental.
Un texto corto, pero implacable. Sowell no acusa con estridencia, pero sugiere que el culto a la justicia social puede conducir a consecuencias peligrosas si se impone sin evidencia, sin matices y sin responsabilidad. En un tiempo de consignas fáciles y polarización, su voz representa una defensa racional del empirismo, la experiencia y la libertad individual.
El autor no pretende negar que existan injusticias reales, pero sí cuestiona que puedan resolverse con eslóganes ideológicos (“Primero los pobres”) y soluciones prefabricadas (“Atacar las causas”). Para Sowell, entender la realidad requiere más humildad intelectual de la que suelen mostrar los nuevos estrategas virtuosos del bienestar.
X: @Ismaelortizbarb
jl/I