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Adiós a los Warren

Actualmente, el género de terror vive su mejor momento. Cada vez son más las propuestas que evitan caer en lo fácil, en no repetir fórmulas, que realmente cuentan algo y cumplen su objetivo: inquietarnos. Basta ver la cartelera de este finde para encontrarse con las dos mejores películas del género en muchos años: La hora de la desaparición y Haz que regrese. La primera está estupendamente bien narrada y llena de profundidad, mientras que la segunda, además de también abordar temas, es tan brutal que obliga a cerrar los ojos en más de una vez. ¡Y espérese! La siguiente semana se estrena La hermanastra fea, una horror body impactante y con crítica aguda a la sociedad que exige ciertos estándares de belleza, imperdible.

Pero hoy detengámonos en El conjuro 4: Últimos ritos. No es tan buena como las antes mencionadas, pero es recomendable para quienes crecieron con sus protagonistas y buscan uno que otro susto.

Ed (Patrick Wilson) y Lorraine Warren (Vera Farmiga) han dedicado su vida a enfrentar fuerzas sobrenaturales. Sin embargo, esa etapa parece que terminó, ya que la frágil salud de Ed lo obliga a retirarse y Lorraine intenta protegerlo, aunque presiente que algo oscuro se acerca. Su hija Judy (Mia Tomlinson) empieza a manifestar experiencias paranormales, pero prefiere ocultarlas y centrarse en que sus papás acepten a su novio, Tony Spera (Ben Hardy). Paralelamente reciben un espejo antiguo para su hija Heather (Kíla Lord Cassidy). Desde entonces, experimentan fenómenos que pronto llaman la atención de los Warren.

El conjuro 4: Últimos ritos inicia con un repaso a los últimos años de la pareja tras el caso de Arne Johnson y su decisión de alejarse de lo paranormal. Como mencionamos arriba, la desesperación de los Smurl los obliga a regresar a la acción. Ahora se enfrentarán a un enemigo poderoso y ambiguo. En este contexto se entrelazan tres hilos: el ocaso de los Warren, el despertar de los dones de Judy y el acecho de la entidad vinculada al espejo.

El filme recurre a múltiples referencias a entregas previas: reaparecen Annabelle y La Monja, además de otros personajes que buscan despertar nostalgia en los fans. Estos guiños, más fan service que necesidad narrativa, reflejan la intención de emular las fórmulas de franquicias de cómics, aunque en ocasiones resultan gratuitos.

La dirección corre a cargo de Michael Chaves, responsable de dos de las entregas menos aclamadas: La maldición de La Llorona (2019) y El conjuro 3. Su estilo personal está controlado en buena parte de la cinta, lo que la hace leeenta, pero estalla en los últimos minutos. 

El conjuro 4 es fiel a la franquicia: sustos calculados, muchos efectos, apariciones demoníacas predecibles y la sensación de déjà vu. Desde juguetes que cobran vida hasta reflejos siniestros o llamadas telefónicas macabras, en realidad nada nuevo. Aunque en entregas previas la ejecución de estos recursos generaron impacto, aquí su repetición le quita mucha fuerza. Además, con 135 minutos, varias escenas centradas en la dinámica familiar rompen el ritmo. Estas secuencias aportan calidez, pero extienden la trama más de lo necesario.

La historia inspirada en el caso real de los Smurl tampoco se desarrolla con claridad. El espejo, que atormenta a sus víctimas con reglas difusas, nunca establece de forma convincente su conexión con otras apariciones ni explica por qué esperar décadas para atacar directamente a los Warren. Su derrota resulta igual de injustificada. Así que, querido lector, espere una serie de eventos más espectaculares que coherentes. No obstante, disfrutará la atmósfera ochentera, la exploración del legado familiar en Judy y el cierre emocional de los Warren.

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jl/I