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Un México violento
Porque nos la quitaron
A raíz de los recientes nombramientos en el Centro Universitario de Ciencias Económico Administrativas (CUCEA) y en el Centro Universitario de Arte, Arquitectura y Diseño (CUAAD), un grupo de académicas ha manifestado su inconformidad al constatar que, una vez más, la asignación de puestos clave recae principalmente en varones. Esta tendencia tanto en un centro donde es una mujer rectora y en el otro un hombre rector, expone una preocupante carencia de equilibrio de género en los procesos de selección.
Es importante subrayar que uno de los grandes avances del movimiento feminista ha sido justamente visibilizar la exclusión sistemática de mujeres en espacios de toma de decisiones. A lo largo de los años, estas luchas no solo han reclamado mayor representación, sino también una transformación profunda en las estructuras institucionales, tradicionalmente diseñadas desde y para los hombres.
Sin embargo, cuando algunas mujeres logran ocupar cargos de liderazgo, emerge una paradoja desconcertante: muchas reproducen los mismos esquemas de poder que en su momento las marginaron. Al momento de definir equipos o designar funciones, priorizan a varones, relegando a otras mujeres, lo que inevitablemente debilita el discurso de equidad que antes defendían.
Esta situación, aunque no es nueva, sigue siendo difícil de abordar sin caer en reduccionismos. Aun así, resulta necesario cuestionar por qué, una vez en posiciones estratégicas, tantas mujeres replican las prácticas de exclusión que históricamente las afectaron.
Una posible explicación reside en el modo en que el liderazgo ha sido moldeado. El ámbito político, empresarial y académico opera bajo dinámicas masculinas, jerárquicas y altamente competitivas. Para mantenerse dentro de este sistema, muchas mujeres se ven obligadas a adaptarse, e incluso a imitar los comportamientos de sus colegas hombres. En ese proceso, el ascenso se convierte en una constante búsqueda de legitimidad frente a un entorno que todavía las percibe como excepción.
Otro factor clave es la vulnerabilidad simbólica del liderazgo femenino en instituciones donde aún se cuestiona su autoridad. Ante el temor de ser juzgadas por favorecer a su género, algunas optan por rodearse de varones, entendiendo esta elección como una forma de neutralidad profesional. Esta presión, muchas veces invisible, puede llevarlas a actuar en contra de sus propias convicciones.
Tampoco se puede ignorar la debilidad de las redes de apoyo entre mujeres. A diferencia de los hombres, que cuentan con estructuras de respaldo consolidadas, muchas líderes no disponen de un banco de talento femenino al cual recurrir. Esta carencia responde tanto a un pasado de exclusión como a la urgencia de crear espacios de mentoría, formación y solidaridad.
Reclamar congruencia entre lo que se dice y lo que se hace no implica idealizar ni sobrecargar a las mujeres con expectativas desmedidas, sino exigir que quienes enarbolan banderas feministas actúen en coherencia cuando tienen la oportunidad de ejercer el poder.
Porque la verdadera evolución no se mide solo en términos de acceso, sino en la forma en que se ejerce ese liderazgo: con visión crítica, justicia y compromiso con la equidad, incluso si eso implica desafiar los compromisos políticos adquiridos para llegar a esa posición de poder.
*Doctora en Derecho
[email protected]
jl/I