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8M: algunas reflexiones

Hace algunos años me invitaron a participar en un grupo de discusión donde se analizaban alternativas para erradicar la violencia contra las mujeres. Entre los hechos que se revisaban salían a la luz el acoso, las amenazas, las burlas o los tocamientos no deseados; se analizaban las características de los perpetradores y los daños que provocan, así como los escenarios o circunstancias donde se dan estos hechos. También se discutía el fondo ideológico que justifica como “normales” esas conductas violentas y la necesidad de transformarlas. Como alternativas se planteaban medidas de prevención y educación, protocolos para atender a las víctimas y campañas mediáticas para incidir en el contexto patriarcal y machista que vivimos. Poco después comencé a estudiar teorías feministas.

El feminismo es un movimiento social y un cuerpo teórico que busca comprender y transformar las relaciones de poder entre hombres y mujeres. Emerge como una crítica al patriarcado para denunciarlo como un sistema de dominación; se propone evidenciar las violencias que generalmente permanecen ocultas y comprender cómo las experimentan las mujeres; desafía el pensamiento dicotómico que justifica las desigualdades y opresiones (público-privado, naturaleza-cultura, hombre-mujer...); rechaza el determinismo biológico que sostiene la incapacidad de alterar los designios naturales; reconoce los factores psicosociales que configuran las identidades de género desde las que se construyen roles, estereotipos y jerarquías según el sexo.

Esta forma de repensar las relaciones intersubjetivas abre posibilidades para transformar las normas y expectativas que limitan el desarrollo pleno de las personas, se preocupa por construir comunidades donde las mujeres puedan compartir sus historias y dar sentido a sus vidas. El “feminismo de la diferencia” cuestiona el ideal de igualdad abstracta y universal que desconoce las diversidades e impulsa una igualdad que incorpore la perspectiva de las mujeres; el “feminismo postcolonial” reconoce la opresión a la que constantemente son sometidas las mujeres y las luchas que han emprendido para emanciparse.

El “feminismo pacifista” reconoce el papel que han jugado las mujeres para el sostenimiento de la vida en los conflictos armados; revisa quién se encarga de atender heridos y sobrevivientes, lucha contra la impunidad y exige justicia y memoria para las víctimas; especifica las diversas formas como mujeres y hombres experimentan el dolor y el sufrimiento; enfatiza que además de víctimas las mujeres casi siempre han actuado como agentes de cambio; visibiliza cómo viven su “maternidad militante” aquellas que públicamente abrazan la maternidad como símbolo de resistencia (como las Madres de la Plaza de Mayo); documenta de qué manera han aprendido a transformar su exclusión ejerciendo un empoderamiento constructivo.

Las mujeres han hecho aportes significativos a los movimientos pacifistas de todo el mundo. Algunas, oponiéndose abiertamente a las guerras y políticas militaristas; otras, actuando como mediadoras entre grupos enfrentados, unas más, apoyando a quienes están privadas de la libertad o sufren violaciones a sus derechos. Erradicar la violencia contra las mujeres requiere desmantelar el sistema patriarcal que contrapone a hombres y mujeres, así como revertir el estereotipo de masculinidad (dureza, competitividad, ocultamiento de sentimientos…) en el que los varones hemos sido socializados.

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jl/I