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El hermano afectado
Mejor correr
¿Cuántas veces nos ha pasado que cuando vamos caminando por la calle o vamos conduciendo el automóvil y llegamos a un semáforo que con su luz roja nos hace parar, nos aborda una niña o niño, una mujer, un adulto mayor, una persona con discapacidad, un migrante o hasta un fuerte hombre adulto y nos pide dinero? Creo que nos ha sucedido muchas veces, pero lo que también habría que preguntarnos es: ¿cuál es nuestra reacción frente a este hecho?
Las más típicas reacciones de algunas personas con la presencia de los grupos referidos son: primero, les dan lástima y con ello prefieren darles unas monedas; segundo, ni siquiera les voltean a ver, como si no existiera; tercero, les voltean a ver con desprecio y repugnancia, y cuarto, les ven y diferencian si es conveniente apoyarles o no.
Más allá de darle unas monedas a una persona, tenemos que cuestionarnos todo lo que implica esa situación: preguntarnos quién es la persona que pide y cuáles serán las consecuencias en la vida de esa persona que estamos favoreciendo con nuestra solidaridad o con nuestra “solidaridad”.
De entrada diría que, sea quien sea y cual sea su situación, cualquier persona nos merece respeto y jamás desprecio o repugnancia. Con nuestra actitud y actuar debemos reivindicar la dignidad del ser humano.
Luego tenemos que reconocer que el Estado mexicano y sus familias no han sido capaces de proporcionarles condiciones favorables a las poblaciones referidas para desarrollarse óptimamente y por ello están ahí.
En el caso de muchas niñas y niños y muchas personas adultas mayores, por ninguna razón deberían estar ahí y, peor, cuántos no son explotados y maltratados por sus familiares, por lo que hay que tener en cuenta que si les damos dinero contribuimos a perpetuar esa inaceptable situación. Tenemos que reconocer que muchas personas sufren de hambre, por lo que humanamente y dentro de nuestras generosas posibilidades, si pudiéramos solidarizarnos con alimento y bebida, o tal vez ropa o calzado, sería loable.
En los casos de las demás personas jóvenes o adultas, socialmente pudiéramos acordar que, como diría Mahatma Gandhi, si tienen condiciones para trabajar habrá que alentarles y buscar que se creen condiciones para que con su legítimo trabajo logren satisfacer sus necesidades para vivir.
Entiendo que la realidad de muchas personas puede variar y, por tanto, no podemos generalizar, por lo que es muy importante reflexionar críticamente sobre la situación que se nos presenta para tomar una decisión sensible e inteligente.
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jl/I