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El placer de la protesta social

Hace dos o tres décadas, diversos autores empezaron a escribir sobre la importancia de las emociones y los afectos como motores de las protestas sociales. Desde estas perspectivas se conceptualizó que las protestas sociales callejeras producen placer a quienes participan.

Como por lo general las protestas se hacen, inusitadamente, para exigir que el gobierno haga lo que debe hacer sin presión alguna, se ha afirmado que, dependiendo del desarrollo y resultado de la protesta, en una misma acción, se pueden generar otras emociones nada placenteras como el miedo, la rabia, la impotencia, la ira.

Por supuesto, para realizar la protesta debe haber una o varias insatisfacciones, riesgos o agravios. En este sistema sobran los motivos para protestar y, al hacerlo, sin pretenderlo, se muestra ese “nosotros” afectuoso que con anticipación se ha construido o que está en proceso de ser. En el anonimato relativo de la masa, tomar la calle, detener el flujo vehicular, sentirse en libertad de gritar las consignas preferidas y decirles su verdad a los gobernantes, genera ese placer afirmativo.

Sabemos que la importancia de las luchas sociales no se mide por el número de protestas ni por el cumplimiento de los pliegos de demandas. Con un trasfondo de este tipo, en el transcurso de 16 años, pobladores principalmente de El Salto y Juanacatlán, han realizado dos manifestaciones en el Centro de la ciudad de Guadalajara para exigir lo que hace medio siglo nos han negado: la restauración del río Santiago y ahora, además, la cancelación definitiva de la planta termoeléctrica que se pretende reavivar en Juanacatlán.

Dicho proyecto, aunque ninguno vive estos territorios, tiene como sus principales promotores al gobernador Lemus y al senador Carlos Lomelí.

En las dos ocasiones dejaron un pliego de nueve demandas y sendos textos donde narran el colapso ambiental que viven todos los días. Ni Emilio González ni Pablo Lemus recibieron a los manifestantes. El desprecio por la vida de los pobladores de los pueblos de la cuenca del río Santiago los identifica. De manera contradictoria se sigue anunciando que el río será salvado, que volverá a tener vida, pero se hace lo contrario. Además del proyecto de la termo, siguen inaugurando fábricas contaminantes.

Siempre que los gobernantes se nieguen a recibir a quienes de manera pacífica les demandan atención, se convierten en promotores de mayores resistencias. Se lo dijeron claramente el pasado 28 de febrero: “Cuando andan en campaña pidiendo nuestro voto van y tocan nuestras puertas todos los días, y ahora que nosotros venimos a tocar la suya no solo no quieren salir, sino que nos cierran la puerta de la que, dicen, es la casa del pueblo”.

Hay luchas que son imprescindibles porque la vida de todas las especies depende de ellas. Demandar que se restaure el río Santiago, evitar la instalación de una planta termoeléctrica en Juanacatlán y que se deje de convertir a los pueblos del río Santiago en zona de sacrificio social y ambiental, es una de estas luchas. No importa tanto si los reciben o no.

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